La figura del emperador en todas sus dimensiones, es tratado en esta capítulo del imperio greco-romano. Paul Veyne pone sobre la mesa, las diferentes ideas con respecto al figura del emperador, desmitificando cualquier relación con otros tipos de gobernantes, sean estos reyes, sultanes y dictadores. Da a comprender, que el cargo máximo del Imperio, es un delegación del pueblo romano a un ciudadano, pero que ala vez es una simple ideología que por lo general estaba mas bien vinculado a las relaciones de poder, tanto del clientelismo y del ejercito, como del propio senado y pueblo romano.
Comenta bajo una análisis crítico de las fuentes históricas, jurídicas, escultóricas y materiales, los variados ángulos de tratamiento del emperador, a veces de forma dura otras veces manera critica.
Paul Veyne estudia la figura de emperador desde la visión de las clases populares, del senado, de sus locuras y personalidades, el ejército como punto de inflexión en los cambios político imperiales.
Se propone como hipótesis que la responsabilidad que la colectividad hubiera delegado en el emperador no era más que una ficción, una ideología, pero la existencia de esta ficción bastaba para impedir al presunto delegado tener la legitimidad de un rey, una legitimidad vinculada a su persona inviolable.
Paul Veyne, en su primer capitulo del imperio greco-romano, analiza exhaustivamente la figura del emperador, realizando una exploración en torno a su figura, imagen, visión de parte de las clases populares, su divinidad, su función en el imperio, el origen y de su inestabilidad en el ejercicio del poder. Por otro lado, hace un interesante ejercicio comparativo, con otros tipos de gobernantes, como son los reyes del Antiguo Régimen o con los líderes de la época contemporánea. Parte de la pregunta ¿Cómo era el régimen de los cesares?
El autor comienza tratando que el puesto de emperador no es un herencia de un patrimonio familiar, como la de un rey absolutista, sino que más bien es una delegación de poder, es un mandatario, encargado de dirigir
a
la República, lo que lo desliga de cualquier intento monárquico sobre el imperio. Lo que implica que en la sucesión no hay un derecho hereditario familiar, sino más bien es la sucesión del cargo, una idea muy republicana pero en el papel, ya que los casos como Vespasiano y su hijo Tito o del de Marco Aurelio y Comodo, envuelve una aprobación por parte de la colectividad. En el fondo, la sucesión imperial era un proceso al que puede acceder cualquier ciudadano. De ello, que aun durante el imperio, al palabra rey era un concepto odiado. Así mismo, como cualquier candidato tenia la facultad de hacerse o de ser proclamado emperador, arrastraba consecuencias de guerras, intrigas, asesinatos o purgas, tanto en la competencia como en la ostentación del poder.
En base a lo anterior, la legitimidad de ser el primero entre sus pares y el primer mandado del pueblo romano, es solo para Veyne, una ficción, y en ello está vinculada la particularidad de Imperio Romano, la violencia condicionaba la llegada del nuevo emperador, siendo legitimados por el Senado y los Comicios. Es mas era deseable que la sucesión pasase de un padre a un hijo, sea este natural como es el caso de Vespasiano o adoptivo como es el caso de Trajano a Adriano, ya que se guardaba la estabilidad y la paz del Imperio, por ende, como lo indica el autor, era el deber de cada emperador la preparación de un heredero, con anterioridad, de esta manera sería ratificado por el senado, el pueblo y en especial ejercito, este último será un puntote pivote en elección de emperadores y terminara ejerciendo el control del estado romano.
Un punto importante, que no solamente la persona del emperador ostentaría el poder, sino también su familia o gens, esto implica una amplia red de clientela, que arrastra lazos de fidelidad y apoyo al emperador, como el caso de Octavio que aprovechó esta tejido clientelar aristocrático que ya había hecho su padre Julio Cesar. Así también habría riñas familiares internas, lo que resultaría con la muerte de muchos miembros de la gens.
No se debe olvidar, que la carrera hacia el trono imperial con el transcurrir del tiempo se transformó en una relación de fuerzas, lo que implica al ejército, apoyando a un heredero o ensalzando a su general, o bien demostrando su disgusto en caso que el nuevo emperador no satisfaga sus exigencias. De esta manera, hay un triangulo de legitimidad, las fuerzas armadas, el senado y el pueblo. Paul Veine desentraña aun más esto. El papel de la milicia no involucraba a todo el ejército. Los soldados rasos, solo se dedicaban a pelear, obedecían ciegamente a sus oficiales, de lo contrario eran castigados severamente y probablemente no entenderían de la políticas imperiales. Los oficiales si estaban al tanto, y eran los más capacitados para sacar o bien instituir a un emperador, como es el caso de Claudio, o un ejemplos contrario como es Nerva, donde no hubo oficiales del pretorio para impedir tal ascenso al trono imperial, aun así Nerva tuvo que contentar a los ejércitos de la frontera eligiendo a Trajano como heredero. Estos aspecto nos señala, la poca armonía que rodea al emperador, y por ello muchos morían violentamente. Para el absolutismo se nace rey, para Roma se llegaba al máximo cargo. El fracaso de un rey era digno de apoyo. Pero el de un emperador era candidato a ser reemplazado.
El senado representaba a un sector social de gran influencia, a pesar de no ser ese conjunto de anciano que dirigía a la ciudad de Roma, era un poder con el cual se debía contar en la dirección del imperio, y correspondía guardar cierta armonía con este organismo que no le atañe a él sino al Estado. Veyne deja claro, que no es el concejo del emperador, sino que es un bloque de representación de clase y de
la República. Así, el emperador se comprometía, a no creerse un rey, ni dios en vida, dando continuación muchos miembros del Senado en las tareas administrativas. El senado cuidaba sus espacios políticos y económicos.
De todas maneras, el emperador era omnipotente, pero no al estilo de un rey, sultán o califa, sino que simplemente era un ciudadano que también le debía a la ley, pero podía cambiarla en conveniencia, pasando por el senado, como es el caso de Claudio y los galos, Para Paul Veyne, el emperador tenia derecho de vida y muerte sobre su súbditos, usando las herramientas que tenía a su alcance, desde el mismo senado como tribunal, al prefecto o al gobernador en las provincias, o bien el mismo como juez, Eso nos da entender según Veyne, que los las garantías jurídicas de los ciudadanos habían cesado. Es tanto así, que el emperador se hacia ver o se vislumbraba como un personaje de gran severidad, que tenia aun ojo panóptico, que registraba todo con sospecha y soslayo, sorprendente como Veyne lo relaciona con las esculturas o imágenes de los emperadores, especialmente con Caracalla o Domiciano. En este aspecto, muchos emperadores, realizaron purgas, por la desconfianza de quienes le rodeaban, asegurando su metro cuadrado de intrusos, de usurpadores, candidatos etc.
Veyne habla de ello como el régimen de terror, la oposición no era como nosotros lo entendemos, como la critica constructiva para quienes gobiernan, para la mentalidad romana, era traición y solo se remediaba con la muerte, por otro lado cualquier denuncia o delación era la vía para llevar a cualquiera a la suplicio. Asimismo fue una vía de enriquecimiento en base a las rivalidades entre senadores, o bien si un personaje hacia bien la cosas, también era un candidato a sufrir la muerte. Para Veyne, la expiración de rivales, críticos y de personajes que hacían demasiado bien su tarea, fortalecía al emperador. Para el historiador francés solo era una política arcaica, impulsiva e irracional.
Con esto entra en el tema de loa de la competencia entre pretendientes al poder imperial, lo que implica a la representación de variados sectores, como son el centro y las provincias, a las diferentes religiones. Esto arrastraba no solo una representación política, sino que una legitimación social y simbólica. A veces, los mismo aspirantes si querer serlo, debían “remar hacia adelante”, ya que estos no tenían otra opción, la muerte los rodeaba. La única formula de mantener la armonía para un emperador era según Veyne, no tocar el statu quo de las provincias, mantener en el poder a las clases aristocráticas locales y un ejercito que garantice económicamente su fidelidad.
Este último aspecto repercute ya en el siglo III y IV, ya que después de los Severos, el ejército mantuvo su influencia en la elección de emperadores, dando como resultado la crisis del siglo III. Esto llevaría a la competencia a militares de diferente condición social, con mentalidad patriota, que al final salvarían al Imperio. Veyne explica que el Imperio depende exclusivamente de emperador, su ejercito y la gran masa de ciudadanos, que ya desde el edicto de Caracalla en el 212, todos los habitantes del imperio eran ciudadanos.
El ultimo aspecto de que trata Veyne, es la visón del pueblo hacia el emperador, a pesar de la falta de documentos, logra desentrañar. Hay visiones, de que el emperador era un personajes inmensamente rico, el cual resaltaba una imagen gigantesca y que gobierna bajo un áurea de derecho personal, esto se representaba en las los materiales de orfebrería, en rituales de salud al emperador, en los sacrificios y fiestas públicas, lo cual había un contexto de divinidad, no en el especto de u Dios, como nosotros lo conocemos, sino mas bien por su cargo y sublimizada del cargo imperial. La visión de un padre protector, benefactor y justiciero era fuerte. A pesar de ello, en comparación con un rey del Antiguo Régimen, el emperador podía ser vilipendiado, ridiculizado y desprestigiado por sus súbditos, pero aun así guardaba una imagen de superioridad algo muy parecido en la propaganda creada para Stalin o cualquier líder carismático.
Paul Veyne, realiza este trabajo de mucha meticulosidad, pasando por la fuentes de cada época, lo que implica un trabajo heurístico de gran envergadura. Trabaja quinientos años de forma crítica y brillante, usando una bibliografía que abarca desde el clásico Mommsen a estudios actualizados del siglo XXI. Su manera de abordar comparativamente, no permite comprender con una mayor cabalidad y significado la figura del emperador, el cual desmiente visiones hechas a priori y de la excepcionalidad de ser emperador tanto en el alto como en el bajo imperio.